donde el alma transita madera.
promete milagros.
llantos milenarios.
y helénico albergue.
disueltas en pródigos y variados saltos.
precursor deseo que ilustra poetas.
encierras tu espacio.
de su grito prisionero.
por debajo de tu velo.
NAZARENO
Algo extraño viene sucediendo.
El sempiterno occidente jura albergar nazarenos.
Sus seculares dueños,
Santa sede y dogmas reformistas,
dicen tenerlos predicando y milagreando a los vientos.
Parece que algo de cierto fuera,
dado que he visto desfilar
el llanto pobre y peregrino,
el amparo hegemónico
y el restaurado olvido esperanzado.
La limosnera caja se harta de níquel,
el diezmo presagia reinos y apogeos,
la donación multiplica el cielo que desconoce.
Las madres del nazareno se pasean ufanas y suntuosas,
entre infinitas plegarias y cortejos de boato insoportable.
Mientras, sigo buscando, incansable,
al trasmigrado Él oculto
manifiesto de escribas que admiten su espíritu
y el maquetado cuerpo del suplicio enhiesto.
Y no me conformo.
Trato de encontrar sus sentidos para presentarle los míos,
hablar de los hombres, del párvulo hambriento,
de la ancianidad vejada y el verbo invertido.
Lo sigo rastreando.
Alguien me ha dicho que está por Oriente,
enfrente de un tanque, con cara de niño y manos sangrantes,
sustrayendo cruces de nuevos martirios.
VIEJO CIEGO
Brota el estaño canzonetas
degustando humo, pesgo , esplint,
sustento gris que el despojo anida
en el dulce vino del escarnio.
Vuelto terminal de propina
que alberga la nube en manotada,
previendo el mendrugo de morada
cubierta de renuente sombra.
Tu musitado canto genovés
descubre hielo de reminiscencias,
fatuos espolones, causal de tiempo
que se instaura en riachuelo.
Viejo ciego, asume el vaho
empuña cauces de blonda corchea
varada en el atrio de antiguo vacío
que acalla su diáspora pena.
ESCRIBO
Escribo con el silencio del niño hambriento,
con el clamor de la mano encallecida, sin trabajo.
Junto al verdor de mi tierra, pertenencia de otros
patrones de un osario, ya sin sueños, ya sin patria
Escribo desde una cama de hospital, abarrotada
por fantasmas carecientes de inútiles placebos,
cristales adormecidos, sugeridas lágrimas
que ensombrecen conciencias, vergüenzas y reparos.
Escribo como un ataúd, sediento y pobre
buscando acelerar el luctuoso desenlace,
negando la versión falaz del indolente
acumulando muerte bajo la tierra de sus fauces.
Escribo con la oración que se reza en la capilla
que nunca llega a tiempo a cumplir su encomienda
y aunque la ola humana se convierta en un grito
la fosa sigue abierta tragando su esperanza.
Escribo desde la sal observando el sodomismo,
desierto viviente que me devuelve en párpados
extrayendo imágenes disueltas en un rictus
ofrendando cuerpos de arraigos pervertidos.
Escribo desde la penumbra calámica de Oriente
plagada de odio, venganza y miseria,
ordenanza de escribas, globales infamias,
Babeles que caen sosteniendo excusas.
Escribo desde el argento río que encarama
un nadir batiente, segregado e impedido
por un cenit ciego, generoso de abalorios
que ha yermado el alma con cerrojos de injusticia.