Sobre agua
Y tú pensabas que yo estaba loco
porque transitaba en el abstracto
leyendo todas la palabras de antes.
Alvaro Castro
Ocultos líquidos
que recorren el aire
porque sangra el agua
alquimia
mujer en migración
animal y laguna
que ya no necesita
apuro.
Pronta al diluvio
disuelta y líquida
agua nocturna.
Dentro de la tierra
animal invertebrado
mitad nómada
y la otra vientre de luna
inevitable consecuencia de mareas.
Mujer te pensaba
cuando escribí
bajo la espuma.
Después de tantas tormentas
aprendí a vivir
y me vino una alegría de pez
en tu sombra reencarnada de lluvia.
Mujeres descalzas
Fantasmas.
Desde que deje a mi madre
con sus flores siemprevivas
ojos de pez y agua
ya no soy la misma.
Todo es pura invención
nacida de los instintos.
Aunque sea río
lengua de piedra
herrumbre
animal nocturno
insecto
todo es perjurio.
Después del vuelo
la vieja casa
está cansada
y el gorrión picotea en otro sitio.
Las figuras de mi hermano
todavía colgadas
hace veinte años que duermen.
Las mariposas de las tazas de café envejecieron
y junto con la alfombra siguen cómplices.
No me reconozco
por eso ando sobre mis huellas
como las raíces
hurgando la tierra para construir panales de savia
porque las abejas beben restos de memoria
para volver a casa.
La paciencia amenaza
soledad de esquina
de cama
de cada mueble
antes de celebrar el arrebato del viento
espiral de olvidos.
Frente al espejo
mi madre, yo y los fantasmas
que nos hacen disminuir el timbre de la voz.
En la despedida
no importa quien pierde o es ganador.
Somos.
Mujer
profesa hacia adentro
todos sus amores de lunas
transmuta lluvia de extraños cielos
aunque florezca y sangre
cíclicas mareas.
Por detrás del silencio
la carne es un animal azul o verdes delirios
polizón de huracanes
de atentas llamaradas.
Mujer oceánica
pechos de sirena
metáforas
doblemente rebeldes.
Esencia
rumor de tempestades
adonde nadie se esconde.
Santificada entrega
transgresora
bebida de su propia boca.
I
Las mujeres de Atlántida
lejos de sus hombres
guardan silencio
y a nadie confiesan de la lluvia
se ríen de los demonios
que escupen en la tierra y con saliva bañan sus pies.
Las mujeres de Atlántida
tejen con hilos de sol en sus palacios de gotas
todo es sombra bajo el agua
sus hijos despiertan diluvios
a sus perros ladran lloviznas.
Aunque no crean sus cuerpos son vapores
ante la tormenta sus cabellos se despeinan
y contra todas las cosas
la tierra pare sola.
Las mujeres de Atlántida
cuando escuchan los lamentos
cobijan la carne
de los que no duermen debajo de la lluvia.
II
Las mujeres de Pompeya
anticipan su vigilia
toda agua es un furor uterino
que guardan con fidelidad de lluvias.
En las noches de luna nueva
insensatez de mareas
ellas perciben
en las pupilas de los gatos
sus hijos que partieron adelante del sol.
Las mujeres de Pompeya
duermen con el oído pegado a tierra
y el cabello hilvanado con cenizas.
Hay cosas que no comprenden:
el camino del fuego por adentro de la tierra
el estéril temblor de la brisa
las mentirosas palabras
cuando se comen las ocultas.
Las mujeres de Pompeya
vuelven de noche
para arreglar la casa
cubrir a los niños
y juntar la leña
III
Las mujeres de Hiroshima
no labran más la tierra
no comparten el sol
ni las ruinas de la lluvia.
Ya no cantan
hijos arrozales.
Hace medio siglo que duermen
consumidas en sus historias.
Hay tres cosas que todavía no saben:
que su piel es azul
que las hormigas sobrevivieron
y las palomas no tienen memoria.
Las mujeres de Hiroshima
vuelven cubiertas de espumas y dolor
y antes del crepúsculo
aguzan los sentidos
afilan sus lenguas
y preparan la pólvora.
Los hombres entristecidos
soplan toda la arena
que cubre sus párpados.
IV
Las mujeres de América
todavía preservan la lluvia
germinan y paren como los manantiales.
Sus temores hartos de líquidos
encierran el viento
y sus gargantas construyen pañales.
Apuradas amamantan sus hijos
temen que estrangulen sus perros
quemen sus gallinas
o escondan el agua.
Aún se visten de pajas
nadie decreta nada a los muertos
tampoco las consume el fuego
que cohabita con sus raíces.
Beben lo que no tienen
porque hay goteras en sus casas
llevan aguaceros en sus espaldas
aunque el cielo no las deje
La mujeres de América
antes que se oscurezcan el sol y la luna
mezclan sus óvulos
transbordan
multiplicadas
permanecen intactas.
Son testigos sus nietos
del frío de las polillas
de sus tierras codiciadas
herederos
de la otra mitad del sol
donde las viudas pueden bailar.